La calle como su escenario de supervivencia

“El mejor medio de socorrer la mendicidad y la miseria es prevenirlas y atenderlas en su origen, y nunca se puede prevenir si no se proporcionan los medios para que se busque su subsistencia.”

Manuel Belgrano

En muchas oportunidades, espacios y latitudes, podemos encontrar en las calles, cientos de habitantes “ciudadanos” que deambulan y duermen a la intemperie sin ningún rasgo de seguridad física y de salud, intentando sobrevivir en precarias condiciones que tal vez muchos desconocen. Este fenómeno de habitabilidad en calle es considerado un aspecto clave de intervención social que no debe dejarse de analizar, ya sea por sus repercusiones o el hecho de ser ciudadanos objeto de derechos que merecen una oportunidad.

Si bien tal como lo destacan Nieto y Koller (2015), existen divergencias conceptuales como abordar esta problemática, tanto en los países desarrollados como aquellos en vías de desarrollo que divergen en las intervenciones y coordinaciones que se requieren, en este caso, sin llegar a cualquier aproximación teórica o conceptual, es menester hacer énfasis en que la problemática relacionada con el habitante de calle es un asunto estructural en el que no se le ha prestado la debida atención, representando un fenómeno social que acarrea discriminación, pobreza, inseguridad y un rechazo por parte del resto de los ciudadanos, generando dinámicas de exclusión que no se muestran en los informes de gestión y planes de desarrollo.  

Por otra parte, en los estamentos jurídicos y normativas de muchos países en América Latina y el Caribe, se define al habitante de calle y se dictan lineamientos para acometer políticas de intervención al respecto. Aun así, la realidad dista mucho de estos preceptos. De igual manera, a través de diversas redes sociales y medios se encuentran términos discriminatorios y ofensivos como “mendigo”, “vagabundo” o hasta “desechable”, lo cuales parten de la percepción que tiene cada ciudadano acerca de ellos, sin que el Estado como promotor de la igualdad y seguridad, promueva campañas de concienciación e intervención directa sobre esta problemática.

Tal como lo destaca Forero (2018), el común denominador de los habitantes de calle en América Latina y el Caribe es que la mayoría son varones; víctimas de extremada pobreza y marcada violencia intrafamiliar. De acuerdo con el Banco Mundial (2019) en América Latina y el Caribe hay más de 71 millones de personas en situación de indigencia; registrándose un crecimiento significativo de la pobreza y de la indigencia”. Tras el impacto que ha generado la pandemia en todos los sectores, solo era cuestión de esperar hasta encontrar nuevos escenarios devastadores acerca de la realidad de los habitantes de calle.

En Colombia de acuerdo con el censo del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), para 2021 se logró identificar un total de 34.091 personas habitantes de calle. Los datos consolidados también evidencian que, para generar ingresos, los habitantes de calle realizan principalmente las actividades de recuperación de materia prima reciclables, en segundo lugar, actividades como limpiar vidrios y, en tercer lugar, la situación de mendicidad.

Un aspecto relevante de este censo es la vinculación de casos con migrantes venezolanos. Este es un fenómeno que no escapa de esa realidad y en la cual, de acuerdo con el DANE, el 16% de los casos identificados corresponden a migrantes venezolanos, es decir, unas 1.100 personas. Para el estudio fueron censados 444 municipios, de los cuales 357 reportaron que no había población en situación de habitabilidad de calle en su territorio. Acá se excluye Bogotá, pero permite mostrar que la mayoría de las personas extranjeras en habitabilidad de calle se agrupa en los departamentos de Norte de Santander y La Guajira, lugares con mayor concentración de población migrante venezolana.

Ahora bien, hay que aclarar que sin bien las estadísticas pueden variar debido a la alta movilidad y ausencia de mecanismos para su seguimiento, lo cierto es que los miles de ciudadanos que se adicionan diariamente a este segmento terminan envueltos en un mundo de rebusque, hurto, drogas y prostitución, es decir, sirven de catalizadores para otros nocivos fenómenos sociales. Es en este punto en donde radica la importancia de afrontar esta problemática de manera contundente, evitando que el habitante de calle se sumerja y esto conlleve a otros fenómenos y delitos que pueden ser prevenidos.

En fin, la realidad de los habitantes de calle es un hecho notorio que no puede ser evadido por quienes tienen la responsabilidad de diseñar políticas de intervención sobre el tema. Es menester recordar que se trata de ciudadanos en estado de vulnerabilidad que merecen atención primaria, comenzando por los niños y jóvenes. Gran parte del éxito de cualquier mediación para este segmento se basa en una intervención temprana que permita reducir el número de habitantes de calle que terminan consumiendo drogas o cometiendo algún tipo de delito. Si bien se trata de un problema complejo de examinar por las diversas causas que lo originan, los habitantes de calle están a la vista de cualquier ciudadano y por ende de cualquier autoridad, razón por la cual es un hecho notorio que repercute en la salubridad, seguridad y quehacer diario de cualquier ciudad.