Cuantos de nosotros hemos internalizado las virtudes de contar con una Smart City, no solo desde el punto de vista tecnológico, sino de los cambios que conlleva contar con un modelo innovador de ciudad, y, por ende, de sociedad y de relaciones que en ella se presentan. Para entender la importancia de los cambios implícitos en una Smart City, es necesario conocer su significado, dimensiones y características, mas allá de las transformaciones implícitas en un nuevo modelo de sociedad urbana.
El concepto de ciudad inteligente, integra la tecnología de la información y la comunicación (TIC) y varios dispositivos físicos conectados a una red para optimizar la eficiencia de las operaciones y servicios de la ciudad y conectarse con los ciudadanos, pero también, no solo trata del nivel de adopción de tecnología, sino de poner a las personas en el centro de las urbes a través de un modelo de desarrollo sostenible, de planificación urbana, educación, salud, transporte y de creación de una nueva cultura ciudadana. Para ello, las TIC se utilizan para mejorar la calidad, el rendimiento y la interactividad de los servicios urbanos, para reducir los costos y el consumo de recursos y para aumentar el contacto entre los ciudadanos y el gobierno, así como las aplicaciones de ciudades inteligentes se desarrollan para gestionar los flujos urbanos y permitir respuestas en tiempo real. ¿Pero qué ocurre con las personas, sus relaciones, sus modos de convivencia, de trato con el otro, de actitudes y comportamiento ciudadano en el enfoque de una Smart City?
En las últimas décadas, el constante crecimiento poblacional de las ciudades ha incidido en un aumento de la demanda de servicios y conflictos sociales, lo cual se ha convertido en un reto para los planificadores y gobernantes. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la población de las ciudades ha tenido una enorme evolución a lo largo del tiempo, pero no tiene comparación con lo sucedido durante las últimas décadas., actualmente 4.100 millones de personas viven en ciudades, mientras que hace solo 20 años eran 2.200 millones. Así mismo, la ONU calcula que en 2040 más del 75% de los seres humanos vivirá en urbanismos. Ante esta realidad, el enfoque de Smart City adquiere mayor jerarquía en virtud de los retos que enfrenta, en especial en las ciudades con mayor conflictividad social.
Tal como lo refiere Ian MacFarlane, consultor del programa Smart Cities de National Geographic: «Una ciudad necesita un corazón y un alma, que por lo general reside en el centro de esta, donde la gente se congrega para el trabajo y el ocio. Las ciudades inteligentes están bien conectadas a nivel local e internacional, han de tener un estilo de vida sostenible, y son lugares donde las personas son lo primero”. Dentro de las dimensiones que engloba una Smart City, se consideran las siguientes 10 dimensiones que son clave para entender la complejidad de esta: Gobernanza, planificación urbana, gestión pública, tecnología, medioambiente, proyección internacional, cohesión social, movilidad y transporte, capital humano y economía.
En lo que refiere a la cohesión social, la misma viene a representar un proyecto destinado a crear las condiciones institucionales necesarias para promover la igualdad de derechos y oportunidades, particularmente de aquellas capas sociales de la población que, tradicionalmente, han sido reprimidas o impedidas de acceder a los recursos colectivos. Este aspecto conlleva a la aplicación de políticas que permitan reducir las brechas sociales y su inclusión dentro de una Smart City. Para comprender su relevancia es importante comprender la disección del concepto de cohesión social, es decir, la dialéctica entre los mecanismos instituidos de inclusión-exclusión y las reacciones, percepciones y valoraciones de los ciudadanos ante las modalidades en que operan dichos mecanismos, lo cual permite la identificación de tres componentes que se interrelacionan para generar procesos y resultados específicos de cohesión. Estos componentes son: las distancias o brechas, los mecanismos institucionales de inclusión-exclusión, y el sentido de pertenencia.
En este contexto de impulsar el sentido de pertenencia de los ciudadanos y su compromiso con los cambios que se concurren en nuestra sociedad, en este caso en una Smart City, este componente de la cohesión social infiere la necesidad de incluir todas aquellas expresiones psicosociales y culturales que dan cuenta de los grados de vinculación e identificación ciudadana con respecto tanto a la sociedad mayor como a los grupos que la integran, elementos que constituyen el adhesivo básico de seguimiento de la cohesión social y que inciden en las reacciones de los actores frente a las modalidades específicas en que actúan los diferentes mecanismos de inclusión-exclusión. En esta pertenencia encontramos al multiculturalismo y la no discriminación, el capital social (redes sociales informales, confianza, participación), los valores pro-sociales y la solidaridad, las expectativas de futuro y de movilidad social y el sentido de integración y afiliación social.
Si bien parece fácil resumir en estas líneas, la concepción de la cohesión social dentro de una Smart City, la misma aparece como una dimensión compleja, difícil de intervenir, e intrincada por las ramificaciones cualitativas implícitas, lo cual infiere la necesidad de enfocarse en la concepción humana, sin descartar los planteamientos tecnológicos y de sostenibilidad que agrupa su enfoque. Mas allá de los cambios que estamos observando en cuanto al avance las Smart Cities en el mundo, en el caso de América Latina y el Caribe, los retos son aun mayores en virtud de los grandes desequilibrios socioeconómicos y de las frustraciones y desconfianza de millones de habitantes que se muestran en las ciudades latinoamericanas.
Es por ello que orientar parte del esfuerzo a transformar nuestras sociedades desde un enfoque de cohesión social en una Smart City, pasa por innovar no solo en lo tecnológico y los procesos, sino también vislumbrar aquellos aspectos humanos de van en paralelo a la evolución social como lo son las relaciones humanas, incentivar la participación ciudadana, crear sentido de pertenencia, crear solidaridad y sobre todo, internalizar la importancia de contar con una Smart City con un rostro humano que nos permita evolucionar como sociedad.