Innovar o persistir en la explotación de los recursos naturales

“La forma más elevada de inteligencia consiste en pensar de manera creativa”

Ken Robinson

Durante décadas, gran parte de los países de América Latina y el Caribe han basado sus políticas de crecimiento económico en la explotación de sus recursos naturales. En una región para muchos bendecida por la abundancia de riquezas naturales, la apertura comercial y financiera incentivó nuevos proyectos, principalmente en el sector extractivo, mas no en incentivar nuevos modelos de desarrollo basados en la educación como herramienta clave para impulsar la innovación como proceso para transformar estos patrimonios.

Si bien, esta abundancia ha tenido logros importantes en el desarrollo de la región, su dependencia está ligada a la inestabilidad de sus precios y, por ende, limitaciones en cuanto a la generación de otras fuentes de ingreso y crecimiento a través de la innovación. De acuerdo con Pardo (2020), aquellos países que cuentan con indicadores bajo en innovación exhiben ineficiencias para resolver problemas y necesidades. En este sentido, la innovación ha sido un factor clave entre los países desarrollados y las llamadas economías emergentes, en donde es evidente que los productos y servicios que se generan a través de este proceso han mejorado la productividad y bienestar de la población.

De igual manera, Pardo (2020) sostiene que la diferencia entre aquellos países que innovan y aquellos que prescinden de sus recursos naturales radica en que los precursores de la innovación venden y masifican sus productos a nivel mundial, generando valores, economías especializadas, recursos humanos e instituciones que propician el conocimiento. Por otro lado, aquellos países que no promueven la innovación se ven en la necesidad de importar tecnologías e innovaciones que directamente no promueven el crecimiento y el desarrollo, convirtiéndose en países dependientes.

En efecto, la dependencia que origina la ausencia de innovación en los países incide negativamente en el control de las tendencias futuras a través de la investigación, pues no tienen dominio de las tecnologías que requieren, carecen de prioridades de inversión y están limitados cognitivamente ante otros retos que se presenten. Mientras, aquellos países que invierten en innovación muestran mejores niveles de desarrollo y crecimiento, diseñando políticas para conservar sus recursos naturales, protegiendo su ambiente y, por tanto, sofisticando sus procesos, mercados y negocios. Esta gran ventaja se traduce en mayor eficiencia de su capitales y mejor distribución de la riqueza en sus economías.

Ahora bien, se ha logrado avanzar, pero la velocidad en la cual está avanzando no es la esperada. Para 2020, el Índice Mundial de Innovación elaborado cada año por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), ubica a Chile en el puesto 53 de las economías más innovadoras, seguido de México en el puesto 54 y en tercer lugar a Costa Rica en el puesto 55. Sin embargo, el informe resalta que, a pesar de algunas iniciativas alentadoras, las inversiones públicas y privadas en investigación y desarrollo son bajas, ya que se ubican por debajo de la media mundial y en donde el uso de sistemas de propiedad intelectual sigue siendo incipiente.

Al contrario de los países innovadores, uno de los principales inconvenientes de los bienes primarios es la sensibilidad en los cambios de precios internacionales, ya sea por variaciones en la economía mundial o conflictos bélicos que generan distorsiones en aquellas economías dependientes. A pesar de las nefastas experiencias durante la década de los noventa, el desarrollo de América Latina y el Caribe sigue apoyándose en este criterio. En efecto, la alta dependencia de los recursos naturales induce a que sus economías crezcan de manera procíclica a los precios, concentrando todo el riesgo en la volatilidad de las presiones y condiciones de un mercado inestable. De ahí que surge la interrogante acerca de la providencia de que si contar con inmersos recursos naturales, ha sido una bendición o una maldición que ha limitado nuestro crecimiento y desarrollo.

Ejemplos sobre esta realidad sobran en la historia reciente de la región. Uno de ellos es Colombia, para quien el petróleo comprendió el 65% del total de sus exportaciones para el período 2010-2014. De acuerdo con las proyecciones, la economía colombiana venía creciendo en un 4,5% y 4,8% de acuerdo con cifras del Banco Mundial, pero, debido a las fluctuaciones y caída del precio del petróleo, el Fondo Monetario Internacional estimó una tasa de crecimiento muy por debajo de las previsiones, colocándose en 3,4% para 2015 y 3,7% para 2016. Igual comportamiento experimentaron otros países exportadores de petróleo en América Latina.

Nuevamente la paradoja de la abundancia o bien conocida como la “maldición de los recursos” se hace presente. Esta paradoja se refiere a que los países o regiones con abundancia de recursos naturales, especialmente no renovables como minerales o combustibles, suelen tener un menor crecimiento económico y peores resultados de desarrollo en comparación a los países con menos recursos naturales (Saade, 2019).

En tal caso, la idea de la maldición de los recursos naturales comenzó a discutirse durante la década de los noventa y se utilizó por primera vez por Richard Auty en 1993, para describir como los países ricos en recursos naturales no lograban usar estas riquezas para impulsar su desarrollo, mostrando cifras sobre el comportamiento de sus economías y el impacto en su crecimiento. Otros estudios tomados como referencia mantienen la misma perspectiva. Uno de ellos lo expresan Jeffrey Sachs y Andrew Warner en 1995, quienes mostraron la relación de los recursos naturales y el crecimiento económico en regiones como África y América Latina. A tal efecto, la desconexión entre la abundancia de recursos naturales y el crecimiento económico es factible observarlo en los países productores de petróleo. El estudio mostró que entre 1965 y 1998, los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), redujeron su producto interno bruto (PIB) en un promedio de 1,3%, mientras que, en el resto del mundo, el crecimiento per cápita fue de 2,2%.

Así mismo, la dependencia de los recursos naturales puede originar otras distorsiones como la llamada “enfermedad holandesa” o Dutch Disease. Este término refiere a un fenómeno económico en el que los ingresos provenientes de las exportaciones de los recursos naturales dañan los sectores económicos productivos de una nación, originando un aumento en la tasa de cambio real y los salarios, es decir, en los sectores transables o que se consumen dentro de la propia economía, motivando a que sean menos competitivos en los mercados mundiales al mismo tiempo que el empleo interno sufre y por ende, la infraestructura y la capacidad de manufactura.

En fin, una realidad que tanto ha sido discutida en diversos foros internacionales y nacionales vuelve a mostrarse relevante con la aparición de la pandemia. Si bien la contracción de la economía fue un aspecto relevante en la reciente historia mundial, lo cierto es que la ausencia de innovación se hizo palpable en América Latina y el Caribe, cuyas economías siguen siendo dependientes de tecnologías, medicamentos y cualquier otro desarrollo de nuevos conocimientos. Mientras le tendencia a seguir aprovechando la abundancia de recursos naturales y no invertir en innovación persista, seguiremos observando las nefastas consecuencias de este circulo vicioso que representa. Mas allá de las promesas, los hechos indican que aún falta mucho por cambiar.